Obras en la exposición









El peatón metafísico, por Juan Manuel Bonet.

Cultivador en un principio de una mirada ecléctica, a la educación de la cual contribuyeron decisivamente el cubismo y el constructivismo, y dividido durante un tiempo entre la escultura, y la pintura, Marcelo Fuentes, que este año cumple los 42, y cuya primera individual se celebró en 1989, una fecha relativamente tardía, se ha hecho fuerte en otra actitud, y en otro modo de pintar, con Edward Hooper y Giorgio Morandi como principales faros. Desde su ático en el corazón del ensanche de su Valencia natal, no se manifiesta indiferente ante un debate estético que sigue a distancia; sin embargo el suyo es hoy un proyecto rotundamente aparte, como fuera del tiempo –que no del espacio- que le ha tocado vivir.Valencia, Cartagena, La Unión, las localidades turísticas del Mar Menor, el Madrid de la Gran Vía, son los lugares de los que hasta ahora nos ha hablado esta obra eminentemente urbana, los escenarios por los que nos ha paseado, con sus cuadros, sus dibujos o sus grabados, este peatón al que le cuadra mejor que a nadie, y aunque su pintura tenga formalmente poquísimo de chiriquiana, el calificativo de metafísico.A finales del presente año, el IVAM tiene previsto celebrar una gran muestra en torno a la arquitectura racionalista valenciana. En ella se verán algunas de las visiones que de la misma ha producido, tanto recurriendo al dibujo, como recurriendo al óleo o la acuarela, Marcelo Fuentes: una manera de reconocer la deuda que tenemos con quien con su exposición de la Universidad, celebrada en 1994 y escuetamente titulada Una ciudad, nos enseñó a ver, por encima del tiempo transcurrido, una cierta Valencia de los años 30 y primeros 40, la de las paredes ocres, la de los chaflanes curvos como el del hotel Londres, la de los émulos del berlinés Erich Mendelsohn, la de un edificio universitario que parece un observatorio inventado por Herré, la del sol del atardecer sobre las torres de ladrillo de ese lugar entre holandés y vienés que es la Finca Roja…Valencia, una Valencia ida, cuyo aroma es perseguido afanosamente por este pintor-peatón más capacitado que ninguno otro para la rememoración y la nostalgia. También sus suburbios. Marcelo Fuentes gusta de caminar por los descampados hacia las anchas naves y las altas chimeneas de las viejas fábricas abandonadas, hacia el Puerto, hacia las vías del tren y hacia los edificios ferroviarios en desuso…Cartagena y el Mar Menor, tan presentes en la pintura de sus colegas muellistas Ángel Mateo Charris y Gonzalo Sicre, constituyen la principal novedad de la muestra que el presente catálogo documenta. Cartagena, ciudad rara y metafísicadonde las haya, ciudad de puerto, de faros, de cuarteles, de fábricas y lucha sindical, de refinerías iluminadas en la noche, de esquinas modernistas o decó, ciudad en cuya estazione termini reina una atmósfera sobrecogedora, ha sido, en efecto, uno de los últimos descubrimientos del pintor. Me gustan especialmente sus visiones, tanto a lápiz como a la acuarela, del andén cartagenero, ese andén último donde los vagones cobran presencia como de edificios. En cuanto a la Manga del Mar Menor, se trata de un mundo mucho más próximo en el tiempo, aunque también contemplado ya como algo irremediablemente perteneciente al pasado: el de las sosas arquitecturas del ocio mesocrático de los años 60, con sus porches, sus balcones sobre el Mediterráneo, sus motivos ornamentales neomodernamente geométricos, sus jardines…Ante el Nueva York de Marcelo Fuentes, a la fuerza pensamos en el mencionado Hooper, con el que coincide en el amor por el ladrillo, por los colores apagados, por las calles solitarias, por los viejos hoteles destartalados, por los depósitos de agua y las escaleras de emergencia y los esqueletos de lo que un día fueron anuncios… Y a la vez, debemos pensar en todo lo que en este Nueva York no es Hooper, algo que podríamos resumir subrayando la tendencia del valenciano a ver la ciudad como bodegón, y sobre todo en ciertas contaminaciones constructivas y minimal, esto es, en cierta tendencia a construir grandes superficies, altísimas paredes, moles casi abstractas, algo que también está claro en algunos de sus cuadros de inspiración más cercana, y de un modo especialmente palpable en algunas de sus visiones del Mar Menor.Al óleo, pero también con el lápiz, con el linóleo, con el aguafuerte, el peatón metafísico construye, en base a las ciudades y a los suburbios por los que ha caminado, y que también ha sabido, escenarios vacíos, de los que está completamente ausente la figura humana. Bajo su mirada, la ciudad se metamorfosea en pintura concentrada como pocas; excluidos el ruido, la furia, la época, en el espacio de sus cuadros ocres, grisáceos, azulados, rojizos, reinan hermanas el silencio y la sombra.
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Juan Manuel Bonet